ARGENTINA (Redacción) – En 1932, en su ensayo «En defensa del ocio», el filósofo inglés Bertrand Russell sostenía que si las sociedades fueran mejor gobernadas, las personas necesitarían trabajar, en promedio, sólo unas cuatro horas al día. Esto les permitiría «cubrir las necesidades básicas y confort en la vida y dedicar el resto del día a la búsqueda de la ciencia, la pintura y la escritura». No fue el único. en 1930, Keynes en su ensayo Posibilidades económicas de nuestros nietos, decía que la gente podría trabajar sólo unas 15 horas a la semana hacia 2030.
Ambas predicciones parecen lejanas a la realidad, pero existe una tendencia global hacia la disminución del tiempo de trabajo. Nuevos datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que agrupa a 34 países, muestran que los trabajadores más productivos (y mejor pagos) pasan menos tiempo en la oficina. Según el análisis, los que menos horas trabajan al año (unas 1400 horas) son los alemanes, que a su vez reflejan los índices de productividad más altos, por ejemplo un 70% mayor que los griegos.
Sobran evidencias sobre los problemas psicológico, físicos y hasta medio ambientales que trae el trabajo en exceso. De hecho, ya existen asociaciones de workaholics anónimos que ayudan a las personas a combatir este mal. Pero, ¿se puede trabajar menos y de manera más productiva?, pregunta en su columna la periodista Martina Rua en La Nación. Para Eugenio Marchiori, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), existe una larga serie de factores ambientales, económicos y culturales que afectan la motivación y los deseos de trabajar, y que impactan directamente sobre la productividad; la mayoría trasciende a la cantidad de tiempo empleado. «Las personas y las organizaciones tienen diferentes formas de comprender al trabajo según su origen cultural, de allí que limitar la productividad a una cuestión de tiempo puede conducir a errores en el diagnóstico y en las decisiones consecuentes», advierte. «Por ejemplo, para las culturas de origen anglosajón y para algunas culturas asiáticas, el trabajo es algo deseable que produce satisfacción y estatus. Para otras, el trabajo es una carga que produce sólo sudor en la frente.»
Como Director Académico del Programa de Alta Dirección del IAE Business School, Rubén Figueiredo focaliza su investigación en el comportamiento humano en organizaciones: «Parece lógico pensar que no necesariamente trabajar mucho es más productivo, mejor, sano, etc. Pero ahí viene el depende: como no somos iguales, a algunas personas esto no necesariamente les cuadra. Trabajar muchas horas no asegura eficiencia ni mayor laboriosidad, ni trabajar menos asegura trabajar mejor».
Según Figueiredo las investigaciones reflejan que si estás focalizado en una tarea, con una atención importante no dispersa, el grado de concentración pueda luego de un tiempo perderse y, por cansancio, volverse menos productivo. «Como en todos los órdenes de la vida podríamos abogar por el equilibrio, y creo que no nos equivocaríamos demasiado», opina.
Para muchos jóvenes trabajadores el tema del tiempo de trabajo y de ocio es algo muy presente en sus búsquedas laborales. Las empresas lo saben y muchas están ofreciendo beneficios que diluyen los bordes entre ocio y trabajo.
Ambos especialistas resaltan la importancia creciente del aspecto motivacional. «El placer, el gusto que una persona pueda tener por una tarea le puede dar a su rendimiento una cuota más alta que si estuviera en una tarea menos agradable», opina Figueiredo. Cualquier análisis de productividad debe considerar múltiples aspectos. Reducirlo a la ecuación cantidad producida versus horas empleadas deja afuera cuestiones que cobran cada vez más protagonismo en las elecciones y permanencia de las personas en las empresas.
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