BUENOS AIRES (Redacción) – Siempre se conocen ideas positivas y éxitos en los negocios, pero muy pocas veces cómo se lograr generar los contactos para ello. Que alguien le comprara algo que no veía a alguien que no conocía, parecía, en América latina, cosa de locos. Hace más de 15 años, Marcos Galperín se aventuró a esa posibilidad remota al frente de MercadoLibre. Hoy, la compañía pública es un holding de empresas, valuado en unos US$ 5700 millones. Pero el exponente más exitoso del emprendedorismo argentino fue, en su tiempo, una de pocas excepciones.
A fines de los 90, los entrepreneurs se abrían el sendero a machetazos; sobre todo, para avanzar en terrenos inexplorados como era el de Internet. Sin embargo, en los últimos años distintas iniciativas del sector público y privado abrieron paso a los entusiastas, en especial los de nuevas generaciones, que buscan realizar sus proyectos en lugar de atarse a corporaciones.
Aun en un contexto macroeconómico desfavorable como el actual, un ejército de emprendedores persigue y crea oportunidades de negocios en el país. Pero ya no están solos, detalla La Nación. Marchan acompañados desde que diseñan un plan y arman una estrategia, y también cuando buscan fondos para salir al mercado y se lanzan a conquistar la región. Los entrenan y abastecen de recursos e información varias universidades, incubadoras y aceleradoras, fundaciones, ONG, empresas, inversores ángeles, capitales de riesgo, entidades financieras, y el Estado en sus distintos niveles.
Aunque todo ocurre de manera tibia y paulatina, cada vez más el potencial del talento local junto a una nueva táctica de innovación de las grandes empresas, producen una multiplicación de los apoyos. Es parte de una tendencia global, que ve en el emprendedorismo la forma de promover el desarrollo económico de los países. Con la ayuda de diferentes actores del ámbito, LA NACION compiló buena parte de las alternativas disponibles para ir a salvo por esta ruta bacheada de financiamiento, y en un entorno de altos riesgos económicos.
Los actores en la creación de una empresa se relacionan como un ecosistema. Ese entramado, dice Silvia Torres Carbonell, directora del Centro de Entrepreneurship del IAE y del Global Entrepreneurship Monitor (GEM), «se ha consolidado en el país en los últimos 15 años», a pesar de los avatares económicos.
En el último estudio del GEM, la Tasa de Actividad Emprendedora en etapa temprana cayó a 15,9% sobre la población total en 2013, desde 21% en 2011. Sin embargo, se destacaron a nivel local las capacidades existentes y un menor temor al fracaso. Son manifestaciones de un potencial que explica por qué en 2014, pese a la caída de la actividad, la trama se enriqueció. Y aunque el esquema no está completo, el país tendrá más oportunidades de crear grandes empresas. «El éxito de los emprendedores -dice Ariel Arrieta, cofundador de NXTP Labs- ya no es hacer una compañía para venderla, sino que trascienda.» Es el paso del modelo Patagon al de Mercado Libre.
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El ecosistema, dice Hugo Kantis, director del Programa de Desarrollo Emprendedor (Prodem) de la Universidad de General Sarmiento, se nutre de jóvenes que optan cada vez más por crear empresas, y de nuevos empresarios que toman roles como mentores o inversores. En el ámbito académico, cada vez más universidades incluyen un espacio de formación que es, para muchos, el primer paso. Por ejemplo, el Junior World Entrepreneurship Forum reúne a jóvenes con ganas de emprender, con o sin proyecto y equipo.
Las universidades están en el primer tramo de la senda del emprendedor. Su rol es vital: Silicon Valley es indisociable de Stanford y Berkeley. También aquí, muchas casas de estudio dejaron de formar empleados e incorporaron programas para alumnos o abiertos al público, en los que se da forma a planes de negocios viables. Un ejemplo es el máster de Negocios del IAE. O también las ferias de proyectos de alumnos en la Di Tella, que lanzará pronto un curso de educación ejecutiva. En el ITBA, además de una cátedra hay un Programa de Entrepreneurship. Las propuestas de San Andrés son StartUp Garage y ProEmprendedores, cursos para gestar ideas e intercambiar experiencias.
Otras universidades atienden nichos: la del Museo Social hace foco en proyectos sociales, culturales y artísticos. Y la UTN, en proyectos tecnológicos. Estas cunas de entrepreneurs son, entre muchas del territorio nacional, los espacios donde se trazan los planes de negocios, que incluyen análisis de fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas. Este punto de partida es una hoja de ruta para apuntar al largo plazo, y trazarlo es también un objetivo en competencias como las organizadas por la Asociación Cristiana de Jóvenes y Shell.
Los aportes de capital semilla provienen de fuentes diversas: 26% de los porteños comienza con capital de familia, amigos y «tontos». Pero hay opciones.
El camino emprendedor tiene otra puerta de entrada: las compañías creadoras de empresas, para los que buscan más seguridad. Estas company builders invierten el capital de arranque (entre 25.000 y 130.000 dólares), eligen equipos, idean proyectos y buscan inversores. Las destacadas son Quasar (tecnología), Vrainz (movilidad), Njambre (proyectos sociales y ambientales), EastPoint (educación, salud y otros) y la cordobesa Incutex (se asocia con empresas formadas).
En una primera etapa, extendida por alrededor de tres años, se concentra la mayor variedad de apoyos, pero es también el período de mayor tasa de mortandad. Existen oportunidades para hacerse de fondos en concursos, cuyos ganadores obtienen dinero (en general, montos de entre 20.000 y 70.000 pesos), mentoreo y hasta contacto con inversores. Son ejemplos el concurso del banco Santander, el del Banco Nación con Empretec o el BBVA Open Talent. Otra iniciativa es Mayma, un certamen organizado por la ONG Contribuir al Desarrollo Local, para proyectos de impacto social y ambiental. En dos concursos de la asociación civil Inicia, se puede acceder gratis a capacitación y a préstamos. Y en el área académica, Naves, del IAE, brinda formación, consultoría legal y financiera, y hasta oficinas. Aunque el galardón no es en efectivo, ganar implica una exhibición pública y ante inversores, al igual que el premio Joven Empresario Argentino, de CAME. Los que miran con atención son, con frecuencia, los clubes de ángeles del IAE, Cygnus y Emprear: grupos de particulares que apuestan montos que parten de US$ 25.000.
Finanzas que colaboran
En el estadio de acuerdos con ángeles y otros inversores, detalla Manuel Tanoira, especialista del estudio Tanoira, Cassagne Abogados, los emprendedores deben definir una estrategia para seguir: ceder una participación accionaria minoritaria, emitir «notas convertibles» (un pagaré convertible) o SAFE (simple agreement for future equity), es decir, un aporte irrevocable de capital. Otra opción es recurrir al crowdfunding, pero eso, advierte Tanoira, genera una multiplicidad de accionistas. Regular las finanzas colaborativas (donde actúan, entre otros, IdeaMe y Afluenta), evalúa Tanoira, las convertiría en una mejor herramienta. Por otra parte, la bolsa de comercio porteña inauguró un programa de fomento a innovadores, que otorga hasta $ 500.000 de financiamiento.
Cualquiera de estos recursos permite a los emprendedores fortalecerse ante la baja presencia del sector bancario. En este segmento, por el momento y en forma limitada, las entidades públicas aparecen como las más activas. El Banco Ciudad comienza a explorar el capital de riesgo y apoya iniciativas del gobierno porteño. En Buenos Aires, el Grupo Provincia cuenta con una línea de leasing por hasta $ 150.000 para financiar bienes productivos.
Constituida una pyme, aparecen en el mapa créditos del Ministerio de Ciencia y Tecnología, y de la cartera de Industria. El primero ofrece el Fontar y el Fonsoft, de apoyo a firmas tecnológicas y de software, con montos de entre 500.000 y 1,6 millones de pesos de financiamiento, otorgados en forma de Aportes No Reembolsables (ANRs). La cartera de Débora Giorgi tiene el programa Incubar, coordinado por Sebastián Nader, que respalda a instituciones especializadas, con fondos por $ 700.000, y $ 150.000 en ANRs a proyectos seleccionados.
Este modelo en que el Estado se convierte en aliado de los seleccionadores tiene una versión porteña. En 2014, el gobierno lanzó un programa de apoyo a incubadoras, a las que fondeó con un total de $ 18 millones.
Gabriela Macagni, directora ejecutiva de la Fundación Endeavor, destaca la interacción como avance. «Dialogamos mucho entre el sector público y el privado, actuamos en paralelo pero con la idea de complementarnos y no superponernos», explica.
En etapa temprana, SW Next ofrece una capacitación como «preaceleración». Luego, incubadoras y aceleradoras les dan a los emprendedores una inyección de combustible. Wayra, de Telefónica, impulsa a startups digitales con un producto validado, con US$ 50.000 (a cambio de acciones) y otro tanto en servicios. Algo similar hace NXTP Labs, con aportes de 25.000 a 100.000 dólares. Y la chilena Magical StartUps, en busca de ideas en el país. En menor escala, se suma Balloon Group. Aún en etapa temprana, Primary Ventures invierte en proyectos con el apoyo del Rofex.
El rol de las corporaciones es más activo. Según Tanoira, el apoyo a entrepreneurs está pasando de ser una acción de responsabilidad social a una estrategia de innovación y dinamismo. Macagni destaca la iniciativa de Mercado Libre, que invierte en proyectos ideados sobre su plataforma que agregan valor al negocio. Otro caso es el del centro de innovación Cites, donde el Grupo SanCor impulsa proyectos de biotecnología, nanotecnología, ingeniería y otros. Por último, hay empresas que ayudan «en especias», con servicios gratis y beneficios, al modo de Microsoft y Staples.
El «valle de la muerte» de las nuevas empresas está al inicio. Pero la escasez de capital de riesgo en la etapa intermedia aparece como otro gran peligro. «Hay fondos que tienen prohibido invertir en la Argentina», advierte un conocedor del paño. Aquí se crean incubadoras, pero no VC (fondos de riesgo que financian y toman parte de la propiedad del emprendimiento). Entre pocos está Nazca Ventures, que apoya a emprendedores locales a expandirse por la región, con capitales de 300.000 a 700.000 dólares.
Alcanzar la meta en el recorrido emprendedor es difícil pero no imposible: dice Macagni que en 2014 Onapsis, Technysis y GoIntegro, tres emprendimientos locales, consiguieron más de US$ 10 millones. El mapa de los emprendedores, como demuestran las redes internacionales Enablis, Endeavor y Ashoka, no se acaba en las fronteras locales. Pavimentar el camino hará que menos se queden encajados.