ARGENTINA.- La Destrucción Creativa es el hecho esencial del capitalismo”, escribió Joseph Schumpeter en 1942 mientras enseñaba en la Universidad de Harvard. Fue el primer economista en desarrollar una teoría sobre los emprendedores. Schumpeter fue un teórico, más preocupado por los procesos de desarrollo social que por los quehaceres prácticos de los negocios. Más de medio siglo después, Clayton Christensen, otro profesor de Harvard, reempaquetó la idea schumpeteriana de destrucción creativa en un producto de consumo corporativo bajo el nombre de innovación disruptiva.
El Dilema del Innovador (1997), uno de los grandes best-sellers de negocios de la historia, catapultó a Christensen al estatus de supergurú.
The Economist lo eligió como el mejor libro de negocios del año y posteriormente Forbes premió a su autor como uno de los pensadores de negocios más importantes de los últimos 50 años.
Llegaba en el momento indicado, justo cuando comenzaba la explotación comercial de Internet y se inflaba la burbuja puntocom. Empresarios, ejecutivos y banqueros estaban expectantes frente a lo que aparecía como la mayor transformación en la historia del capitalismo. Este profesor de Harvard había inventado el pico y la pala justo cuando comenzaba la fiebre del oro.
A El Dilema… le siguieron otros libros donde Christensen ofrecía tips para responder al cambio disruptivo ( The Innovator’s Solution, 2003), para leer el entorno ( Seeing what’s next: using the theories of innovation to predict industry change, 2004), con consejos específicos para las escuelas ( Disrupting Class, 2008), para la salud ( The Innovator’s Prescription, 2008), y para la educación universitaria ( The Innovative University , 2011).
En un artículo publicado en la última edición de la prestigiosa MIT Sloan Management Review los profesores Andrew King y Baljir Baatartogtokh advirtieron que, más allá de su inmensa popularidad, el respaldo empírico de la teoría de la disrupción es endeble. A través de 79 expertos de diferentes industrias para analizar 77 escenarios de innovación disruptiva estudiados por Christensen, descubrieron que la teoría sólo realizaba predicciones correctas en un puñado de casos.
King y Baatartogtokh no fueron los primeros en echar dudas sobre evangelio de la innovación.
El Dilema… ya había caído en desgracia el año anterior, cuando una respetada historiadora de Harvard escribió un demoledor artículo en The New Yorker donde poco menos que acusó de “chanta” a Christensen.
Clayton “Clay” Christensen nació en 1952 en una familia mormona de Salt Lake City. Estudió economía y luego cursó dos másters, uno en econometría en Oxford y otro en negocios en Harvard. En los 80 fue consultor del BCG y en 1992 regresó a Harvard para hacer un doctorado en negocios. Se especializó en el impacto del cambio tecnológico sobre la evolución industrial. Su tesis fue un estudio sobre el mercado de los discos rígidos de computación, donde descubrió una dinámica evolutiva muy similar a la destrucción creativa de Schumpeter. El argumento central de Christensen es como sigue: Las empresas establecidas en un mercado típicamente se especializan en innovaciones incrementales. Su experiencia en la industria y las investigaciones de mercado les permite formar ciertas hipótesis sobre lo que quieren los clientes, cómo funciona la competencia y cuáles son los drivers del negocio. Usan ese conocimiento para desarrollar los productos que, estiman, serán más valorados por los segmentos de consumidores más rentables. Así es como las automotrices lanzan modelos con más prestaciones; y las empresas de consumo masivo, cepillos con más cerdas o preservativos con nuevos sabores.
La innovación disruptiva funciona de manera diferente. En general, está asociada con un cambio tecnológico que permite hacer algo que antes no era posible. Internet, por ejemplo, permitió mandar mensajes de un lado a otro del planeta a un costo casi cero. También ver videos en tiempo real.
Lo disruptivo no es la tecnología, sino el cambio que ésta habilita en los modelos de negocio. La comunicación instantánea y gratuita de Internet habilitó el modelo Wikipedia. Y esto mató a la Encyclopedia Britannica. La misma dinámica ocurre, según Christensen, en todas las industrias. Los jugadores establecidos suelen no perseguir innovaciones disruptivas. Este es el dilema: para el líder, hacer lo correcto es lo incorrecto.
Innovar incrementalmente en negocios existentes abre la puerta trasera al ataque de un disruptor. No es culpa del equipo directivo. Ellos sólo hicieron lo que indica la sabiduría convencional de la industria.