No hay que ser mago para descubrir que el subte en la Ciudad de Buenos Aires, increíblemente, pasa por su peor momento. Hoy, tiempo después del consumado pase de Nación a Ciudad para su administración, los porteños convivimos con un transporte bajo tierra cada vez peor.
Vale recordar que hoy es el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires quien tiene su potestad, y bajo su ala asistimos a la escalada de precios en dicho transporte como nunca antes se había dado. Al mismo tiempo, no hay proyectada ninguna obra de ampliación de alguna línea y ya no habrá al menos hasta dentro de unos años.
Además, viajar en hora pico (y no tanto) ya es realmente imposible y hasta peligroso. Con demoras entre formación y formación de hasta más de 15 minutos, problemas técnicos todos los días a toda hora, y falla, el destino aún se apiada de todos los que se suben a uno de esos coches que, en teoría, no tienen asbesto.
Con una sola frenada o algún pequeño inconveniente, un nuevo Cromagnon tendremos en la Ciudad. ¿De qué depende? De que simplemente no suceda, es decir, lo decide el destino.
Los usuarios denuncian en las redes sociales todos los problemas que conlleva viajar en la Línea A, B, C, D, E, G y H.
Por ejemplo, durante esta semana y durante más de cincuenta minutos, cientos de pasajeros de la línea C debieron abandonar su circuito habitual y subir a la superficie para volver a casa. Metrovias, su concesionaria, suele suspender el servicio sin dar ninguna precisión.
En la línea E ocurre lo mismo sistemáticamente, todos los días. Con una tarifa que pasó de los 7 a los 21 pesos, el subte es más caro, demora más, tiene mucha menos frecuencia y falla todos los días en todas las líneas. Y eso no es nada cuando uno detalla cómo viaja la gente.
Sólo depende de una cosa: que no se concrete un nuevo Cromagnon.