ARGENTINA.- Con la exorbitante disponibilidad de estímulos que ofrece el mundo actual, es fácil caer en la trampa de llenar nuestra vida de tareas y pasar nuestro tiempo como malabaristas, intentando manejar el desborde que ese exceso de ocupaciones genera. Pero por suerte hay consejos y recomendaciones de quienes más saben.
Una herramienta sencilla y relativamente trillada que las personas más ordenadas utilizan para organizar mejor el caos son las lista de cosas que hacer (to do lists, en inglés). Estas permiten reunir en un lugar todas las tareas pendientes y controlar su avance, detalla Santiago Bilinkis para La Nación.com.
Pero no es de eso que quiero hablarles hoy, sino de una idea similar, mucho menos difundida y tanto o más útil hoy en día que la anterior: hacer una lista de las cosas que no hay que hacer.
El vértigo en el que muchos vivimos es resultado de que tenemos mucho que hacer, pero también de que no tenemos la disciplina de dejar de hacer ciertas cosas a las que no deberíamos dedicar tiempo, dinero y/o esfuerzo. Esto sucede por varias razones:
Por un lado, a la mayoría nos cuesta mucho decir que no a lo que nos piden o nos ofrecen. Renunciar a algo que nos gustaría hacer o decepcionar la expectativa de otra persona tiene un costo psicológico inmediato. El precio de decir que sí, por el contrario, suele pagarse después y eso convierte al sí en el camino de menor resistencia. ¿Cuántas veces aceptamos compromisos futuros que lamentamos haber asumido cuando el momento finalmente llega?
Por otro, resulta difícil resistir la tentación de distracciones que nos entretienen pero no nos dejan nada, única explicación posible para el abrumador éxito de gigantescos perdedores de tiempo como el Candy Crush, pero también de buena parte de las horas que pasamos en las redes sociales u otras páginas de Internet.
En general, una lista de cosas que hacer es inmediata, coyuntural, dinámica. Incluye tareas de las que tenemos que ocuparnos ya mismo, y se va renovando continuamente. Armarla no requiere un ejercicio profundo de pensamiento, sino apenas de escribir los múltiples temas pendientes que pueblan ahora nuestra mente y luego tener la disciplina de mantenerla actualizada, tachando las tareas completadas e incorporando las nuevas.
Una Lista de cosas que NO hay que hacer, en cambio, es mucho más profunda y estable en el tiempo. Hacerla requiere un cuidadoso ejercicio de introspección en el que pensamos nuestra vida o proyecto con detenimiento para separar lo importante de lo accesorio y encontrar aquellas cosas que nos consumen energía innecesariamente. Es un reflejo de nuestras verdaderas prioridades.
Prepararla con la mente fría nos ayuda a elegir mejor dónde concentrar nuestro esfuerzo y nos ayuda luego, cuando el momento crucial de decidir llega, a responder que no cuando hay que hacerlo, a evitar distraernos cuando no debemos y a mantenernos enfocados en lo que, cuando pensamos en profundidad, establecimos como prioritario.
Los invito a que en algún momento de calma hagan este ejercicio: piensen qué cosas de las que hacen hoy deberían dejar de hacer; a qué distracciones inútiles sucumben con facilidad; qué compromisos con terceros asumen sólo por evitar el costo psicológico de decir que no. Tómense un rato para pensar su Lista de cosas que no hay que hacer, escríbanla y ténganla a mano para consultarla cada tanto y fijarse cómo vienen con todo lo que tienen que hacer, pero también con lo que no. (CE)