ARGENTINA.- Ya no hay «relato», sino «narrativa». En vez de celebrar ideologías, se trata ahora de «vivir mejor». En lugar de política, hoy hay gestión y «solución de los problemas de la gente». No se reivindica el pasado; se celebra el futuro.
Después de 12 años de gobiernos kirchneristas que hicieron de las palabras una política de Estado -montadas además en una estructura estatal y mediática alimentada por la oratoria presidencial y concretada en la llamada «batalla cultural»-, el gobierno de Cambiemos tiene por delante en este terreno un desafío importante. Se trata de construir una identidad discursiva, una forma propia de hablar, justificar y explicar sus políticas sin caer en la omnipresencia del relato K y su estilo confrontativo. Finalmente, todo gobierno necesita su propio relato, analiza Adriana Balaguer para La Nación.
Bastó escuchar el primer discurso como presidente electo de Mauricio Macri, el domingo pasado, para notar por dónde empieza a pasar esta «narrativa» menos ideologizada, aspiracional, con reminiscencias evangélicas y de espíritu inspirador que propone el nuevo gobierno, en el que predomina un partido, Pro, que los expertos llaman «posideológico».
«Cambio», «confianza», «paciencia», «felicidad», «previsibilidad», «acuerdo», «futuro» y «desafío» fueron algunos de los términos que se sucedieron para articular un claro mensaje de fin de época. A los que les critican el vacío de contenido político y programático, ellos responden que simplemente se adaptan a las necesidades y demandas de los ciudadanos. Algunos analistas, mientras tanto, miran estos esfuerzos retóricos con escepticismo y argumentan que siempre hay ideología en un discurso político, se la ponga en primer plano o no, y sostienen que llegarán momentos de confrontación y conflicto en los que el discurso Pro deberá atravesar sus ajustes.
Alejandro Rozitchner, filósofo y escritor argentino, macrista de la primera hora, explica el cambio de relato a narrativa. «Las épicas varían, y en un proyecto político menos personalista, como el nuestro, que no necesita venerar a un líder superior e infalible, es probable que las cosas sucedan con una exaltación menor, o menos llamativa. La exaltación de una ideología es tal vez suplantada por un entusiasmo de hacer, de estar en lo concreto y buscar soluciones a los problemas. No es que Pro carezca de filosofía, es que ésta es probablemente más sobria, más directa, más moderna. Los grandes edificios intelectuales del pasado no son la única manera de pensar. Más bien parecería que en cierto sentido ellos son hoy una manera de no pensar, de repetir lugares comunes incuestionados y poco valiosos a la hora de armar una conciencia actual del estado de las cosas».
Ninguna de las palabras que empiezan a poblar los discursos políticos de los nuevos funcionarios han surgido azarosamente, y tienen que ver con lo que muchos analistas consideran una expresión de la pospolítica. En el «relato M» no hay referencias a líderes del pasado que los definan (no los tienen), tampoco a dogmas o plataformas.
Puede parecer un discurso vacío de contenido político, ingenuo o negador de la inevitable conflictividad social para otros, pero quienes lo sostienen aseguran que es acorde a los tiempos que corren y a lo que la gente (saturada de que todo estuviera ideologizado) venía pidiendo.
«El mensaje de una nueva narrativa no va a surgir del gobierno sino de los mecanismos de interacción, de intercambio, que se originen en la sociedad civil. No son fruto del verticalismo, sino de la horizontalidad», explica en clara alusión a la cadena nacional y el mensaje incuestionable de Cristina Kirchner el académico Iván Petrella, legislador porteño por Pro e integrante de la Fundación Pensar, el think tank macrista. «El relato K -agrega- no dio lugar al debate político. Quienes pensaban diferente tenían miedo de hablar y quedar en off side. El relato kirchnerista era como una religión. Con dogmas que no se podían cuestionar y que se imponían desde la autoridad.»
Según explican los intelectuales M, el relato kirchnerista respondió a lo que se conoce como narrativa reivindicativa, es decir, aquella que se apoya en la idea de que algo que se tuvo en el pasado se perdió y que la intervención política que el gobierno lleva adelante lo restaurará. El problema del líder se plantea cuando los ciudadanos, que aceptan lo que se les devolvió (en el caso kirchnerista la AUH, por ejemplo, ciertos derechos laborales y una política de derechos humanos), no lo agradecen con el voto. Entonces el líder amenaza con el miedo y la vuelta al pasado.
Pero quizás la diferencia más profunda entre el relato K y la narrativa Pro es que el primero fue parte de la misma construcción del kirchnerismo como espacio de poder; el kirchnerismo se hizo a la par de su discurso, que estuvo muchas veces basado en la improvisación y la intuición de sus líderes, Néstor y Cristina Kirchner. Así lo explica el director de la Biblioteca Nacional e integrante de Carta Abierta Horacio González, en su libro Kirchnerismo: una controversia cultural (Colihue), donde agrega que el kirchnerismo fue «un fuerte productor de símbolos». Cambiemos llega al poder con su relato construido y probado, al menos para ganar elecciones.
Los escribas sin pasado
Hay dos espacios en los que hace tiempo Pro viene trabajando su identidad como fuerza política: la citada Fundación Pensar y el Grupo Manifiesto.
El primero ha funcionado hasta el momento reuniendo profesionales jóvenes para dar forma a propuestas de políticas de Estado concretas (al comienzo diseñadas para el gobierno de la ciudad de Buenos Aires y después puestas al servicio de la campaña de Macri Presidente). Y el segundo, como una suerte de Carta Abierta, con la diferencia de que sus integrantes no tienen la identificación ideológica de los intelectuales kirchneristas, los une la edad -tienen menos de 50 años- y «el deseo de que un gobierno no peronista pueda terminar bien su mandato», como repiten.
Pablo Avelluto, ministro de Cultura elegido por Macri para su gabinete nacional (con trayectoria en el mundo editorial), e integrante fundacional de Manifiesto, lo explica claramente: «Quienes formamos parte de estos espacios de debate, por una cuestión generacional, hemos vivido siempre en democracia. Y nuestros debates son los debates de esta época. No somos antinada. Tratamos de que nuestro relato no sea un contrarrelato, un espejo del relato kirchnerista».
Primer dato: no se definen con la lógica del antagonismo ni la confrontación, que es la matriz del relato kirchnerista. O «la lógica binaria del pensamiento político», como la llamó Hernán Lombardi, flamante responsable de los medios de comunicación públicos.
Más aún, la ausencia de un liderazgo fuerte no sería debilidad, sino solidez. «En el siglo XX los líderes eran infalibles, perfectos, más grandes que los humanos. El discurso de Macri desde esa perspectiva sería señal de debilidad. Él se presenta como falible. Reconocer el error, para nosotros, es mejor que ocultarlo. Macri no viene a transformarnos. La sociedad ya se ha transformado, él es un emergente», agrega Avelluto.
Los intelectuales macristas hacen un esfuerzo para que el candidato, primero, y el presidente, después, aparezcan como emergentes de una sociedad que se cansó de vivir inmersa en la lógica del conflicto permanente y quiere «solucionadores de problemas» más que cruzados. La narrativa de Pro, explican, es aspiracional, está atravesada por «el quiero vivir bien» o como dijo Macri en un discurso de campaña ante el Club Político Argentino: «El sentido del gobierno debe ser la felicidad de los argentinos».
«No hay una doctrina, no somos un partido programático. Es más, debemos ser la única fuerza política que no tiene muertos. No tenemos líderes que nos juzguen desde los cuadros o los libros. Fuimos creados en este siglo y ganamos elecciones sólo en este siglo. Por lo tanto, las categorías ideológicas del siglo XX no nos explican ni nos representan. No somos progresistas, tampoco conservadores? Somos un partido orientado a estar muy cerca de los votantes, no importan sus ideologías», explica Avelluto horas antes de ser confirmado en su puesto y mientras termina un frapuchino en la mesa de un bar de San Telmo, no de los tradicionales, sino del que una conocida cadena de cafeterías ha conseguido modernizar sin que la esquina porteña de Belgrano y Perú se viese obligada a perder la belleza de antaño. Casi una metáfora de Pro.
A la hora de buscar referencias, en estos ámbitos de intelectualidad Pro les gusta la identificación con Ciudadanos, partido político español, cuyo presidente es Albert Rivera, y que si bien nació en Barcelona en 2006, y bajo el paraguas de la plataforma cívica Ciutadans de Catalunya (integrada por un grupo de intelectuales, profesores universitarios y profesionales), con los años se ha extendido por toda la península ibérica y hoy tiene representación en diversos órganos legislativos de comunidades autónomas, en el Parlamento Europeo y en algunos municipios del país. Hay similitudes: Ciudadanos se denomina un «partido del siglo XXI», formado por «ciudadanos decididos a regenerar la política, luchar contra la corrupción y defender la democracia», como dicen en su plataforma, y están ubicados en la centroderecha del espectro ideológico español.
Más allá de las similitudes con otras fuerzas políticas, y en busca de la propia identidad, hace casi un año, el Grupo Manifiesto realizó un trabajo de investigación entre los ministros y funcionarios macristas. No les preguntaron qué habían hecho en términos de gestión, sino cómo esos logros los habían hecho sentir. De este sondeo surgieron 50 «valores de la política» que se convirtieron en conceptos clave para guiar la gestión, y también el discurso. Algunos: solidaridad, vocación de servicio, proximidad, voluntad de hacer, proactividad, diálogo. «Hoy, ante un problema, no nos preguntamos si la solución es de izquierda o de derecha, sino qué valores están en juego», explica uno de los jóvenes a cargo de esta investigación.
Esto no es una ideología
Rechazar las ideologías como lastres del pasado es un principio rector del enfoque macrista de la política. Sin embargo, como se ha argumentado largamente, la propia idea de la desaparición de las ideologías es una posición ideológica.
Para el especialista en comunicación política Mario Riorda, el discurso político siempre tiene una función ideológica. «Lo ideológico es inherente a la comunicación política y siempre aparece, aún bajo recurrentes contradicciones, sea de manera explícita o implícita», explica.
Y agrega: «Por eso creo que todavía es una incógnita cómo hará el nuevo gobierno para darle forma concreta a la curva de aprendizaje que tuvo o al aprovechamiento de quienes querían castigar el estilo K y lo votaron desde una lógica de second best option. Es cierto que parece un discurso posideológico porque, escuchando estratégicamente, es evidente que la sociedad desea descansar un rato de un modelo puramente confrontacional, pero tampoco quiere volver a los años 90. Por eso, Pro hace equilibrio y elige transitar un sendero discursivo apostando a las expectativas de optimización personal». La revolución de la alegría se ha vuelto, tal vez, la expresión más contundente de esta apuesta discursiva.
No obstante, las demandas concretas de la sociedad, más temprano que tarde, pueden terminar obligando a Macri a salirse de esa prédica algo naïve. Ya ha planteado algunos vectores, que por ahora están vacíos de contenido, pero se mantienen en el discurso y empiezan a articular proyectos de gobierno, y pueden ser el esqueleto de un nuevo relato: pobreza cero, lucha contra el narcotráfico, unión de los argentinos, ética pública.
Damián Fernández Pedemonte, profesor y director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral y experto en temas de comunicación política, asegura que «la principal diferencia de este discurso con el anterior tiene que ver con las reglas del juego más que con los contenidos: más pluralismo, incorporación en su gestión de personas de otros espacios políticos, más contacto con el periodismo y transparencia. También otro estilo de gestión, cercano al mundo de los empresarios, en el sentido de armar equipos, delegar, atacar los problemas de manera concreta y acotada. Y no cabe duda de que después de la asunción, Macri deberá reforzar la convocatoria a otros sectores (fundamentalmente los del massismo, centroizquierda e independientes) y tendrá que incorporar en su discurso (o en el de otros voceros de su gobierno) un lenguaje más ?duro’ de la política real (el lenguaje de las luchas por la asignación de los recursos) y dejar uno más naïve del management, tolerable en campaña, pero no en la gestión de gobierno».
Todo gobierno tiene un relato. Lo tuvo Raúl Alfonsín en la primavera democrática («Con la democracia se come, se cura y se educa»); lo tuvo Carlos Menem con su «revolución productiva» y el credo neoliberal. Lo explotó con eficiencia el kirchnerismo, con su «batalla cultural» y la épica de la refundación del país. Habrá que ver cómo se llevan las urgencias de los ciudadanos con el cambio político-cultural que está proponiendo el macrismo.
Un cambio que interpela al propio campo intelectual, que durante el kirchnerismo tuvo su propia grieta y alumbró a un activo grupo de intelectuales orgánicos. Como dice Petrella, marcando diferencias, «el intelectual en democracia tiene la responsabilidad moral de ser optimista. Su trabajo es convencer a la gente que tiene la capacidad del cambio. Hay que abandonar el estado del intelectual crítico, a veces esa pose lleva a la parálisis». (CE)