BUENOS AIRES (Redacción) – A fines de 1964, los Dimare leían los clasificados en busca de un taller productivo para comprar. Llegaron a la letra P: «pastas». Vieron la nave, no los convenció y siguieron por orden alfabético: «plástico». A siete cuadras de su primer intento encontraron una fábrica al fondo de una casa que elaboraba cotillón, el embrión de Juguetes Rasti.
Gabriel Dimare es parte de la segunda generación de la familia y es director comercial de la empresa que hoy «es una sinergia entre la experiencia» de su padre «y las ideas un poco más innovadoras» de los hijos, explica. Desde 2007 la compañía produce Rasti, el juego de piezas de encastre alemán, y se rebautizó Juguetes Rasti. Y el INPI, a través de La Nación, promovió esta empresa como emblema del emprendedor argentino.
1 – «Te quiero, pero esto no va»
Un poco de frialdad es condición necesaria para que una compañía familiar subsista. Las pasiones, las discusiones personales y las sensibilidades heridas pueden interferir en el negocio, pero los Dimare hicieron todo para evitarlo.
«Mis hermanos y yo habíamos estudiado en la universidad y mi viejo lo había hecho todo con esfuerzo e intuición», detalla sobre las diferencias iniciales. De esas tensiones llegó la idea de Rasti. A inicios de 2000 la empresa seguía fabricando la marca de «ladrillitos» Plastiblock, creada por el padre. Los hijos, que habían hecho la tarea de marketing, consideraban que el nombre era demasiado largo.
En medio de la discusión, el fundador saltó, un poco en broma: «¿Y por qué no le ponen Rasti?». Empezó la búsqueda de las piezas que hacía 32 años que se habían dejado de fabricar en el país: las encontraron en Brasil. En 2005 trajeron las matrices para volver a producir.
2 – Adalides de la realpolitik
Así como se puede hacer política basada en intereses prácticos y acciones concretas, los Dimare decidieron seguir esa línea en los negocios. Desde 1965 vivieron una economía con vaivenes, pero sin mayores cambios en su modelo de negocios. A partir de los 90 todo se dio vuelta: «Con la apertura nadie quería fabricar.
En 1991 viajamos a Hong Kong con la intención de agregar componentes a nuestros productos para que fueran mejores, pero llegamos y nos dimos cuenta de que los juguetes allá estaban a un costo irrisorio», recuerda. Antonio Dimare, el padre de Gabriel, abandonó su «amor por las máquinas» y, durante esa década, Juguetes Rasti fue importadora. «Fue un dolor muy grande porque el sueño de él era fabricar, pero fue realista. Tapamos las máquinas y mantuvimos el staff porque sabíamos que debíamos mantener la cultura de la empresa si había algún cambio», detalla.
3 – El manual de la marca entrañable
«Rasti no era solamente una locura de mi viejo: es una marca posicionada en la mente de los adultos», puntualiza Dimare. Rescatar las matrices de producción de esos «ladrillitos» se encontró con un desafío: los fanáticos.
«Fuimos conscientes de lo difícil que es gestionar una marca tan querida, porque cada vez que das un paso hay dos caminos: o te critican o te superapoyan», dice. ¿Los fanáticos constituyen un microclima que hay que tener en cuenta? Sí, «pero hay que aprender a gestionar con ellos», resalta. Así, en vez de hacer oídos sordos a su propio círculo rojo, los Dimare decidieron incluirlo: «Existe un grupo llamado República Rasti y elegimos convocarlo antes de relanzar la marca. Fueron los primeros en enterarse del proyecto y nosotros nos nutrimos de sus ideas», subraya.
4 – El hit es la contratendencia
Los valores de la marca, detalla Dimare, están relacionados con recuperar el espacio de juego entre padres e hijos. «Es pasar un rato en familia, algo que se perdió con la proliferación de las pantallas. Hoy, un chico de 3 años ya juega con una tablet y los ‘ladrillitos’ son el arma que tienen los padres para sacar a los chicos de eso», sostiene. Para mantenerse vigentes hicieron un balance entre tradición y tecnología. Lanzaron un producto que, con ayuda de un dispositivo, permite aplicar realidad aumentada y ver cómo «aparecen» personajes. «No somos una empresa de videojuegos ni queremos serlo. En el mundo, la categoría ‘ladrillitos’ creció por sexto año consecutivo y queremos innovar ahí», dice.