BUENOS AIRES (Redacción) – Parque Avellaneda es un barrio del sur de la ciudad de Buenos Aires relativamente pequeño, cuyo epicentro es, precisamente, el parque que lleva su nombre y donde suma metros el famoso Trencito del Parque, único en toda la capital federal.
Y a metros de uno los costados del Parque Avellaneda se encuentra una esquina de muchos años sobre la avenida Olivera y el cruce con la calle Remedios. Tiene la particularidad que confluyen ahí otras esquinas frente a una plazoleta dividida por dos espacios verdes. Es decir, un lugar especial para salir a comer.
Y precisamente, en dicho punto del barrio donde Nicolás Avellaneda tenía su finca, existía unos años atras un caído restaurante que en una zona de nulo tránsito gastronómico, no tenía demasiado futuro. Sin embargo, por algo Argentina es uno de los países con mayor tasa emprendedora del planeta, y cerca de allí un grupo de personas pensó en recuperar lo mejor que cada barrio de tener y no olvidar nunca: un bodegón.
Así resurgió El Bodegón de Olivera, que lleva su nombre porque posiblemente, la avenida Olivera, divida un barrio del otro. Tomó su tiempo recuperar la esquina, sostener el nombre e impregnarle a la gente, de a poco, que ese espacio para ir a comer se convertiría en una cita obligada de todos los vecinos del barrio y más allá también.
No fue sencillo. En gastronomía influyen muchas cuestiones al momento de tener éxito y llevar adelante un restaurante, pero cuando a un proyecto o un sueño se le destinan todas las energías, salvo imponderables, todo es posible. De a poco, comenzaron a decorar y mejorar el lugar, recuperaron las mesas en la vereda, idea les para comer en verano y en invierno, y le dieron una impronta bien de barrio, bien de bodegón.
Pero claro, todo muy lindo, pero sin calidad no hay sueño posible. Y la calidad no falló. Precios accesibles, comida casera, ambiente muy familiar y, decididamente, una vida social de barrio dentro de un restaurante. Comer en El Bodegón de Olivera se sentarse con una mesa casi pegada al lado, con show de música, con gente que deja la bondiola con salsa de ciruela para pasar al frente a bailar, con un salón lleno por dentro y por fuera.
Pero lo más lindo de todo, en todo sentido: ya es una postal cada vez más corriente en los fines de semana ver al bodegón repleto por dentro, y gente por fuera esperando. Antes, era un vacío total; hoy, calidad, barrio y comida rica, y de la buena.