BUENOS AIRES (Redacción) – Lo que todos preveían que iba a pasar, pasa. Las redes sociales ya no son lo que eran, y más avanza el tiempo más protagonismo toman no sólo en la comunicación de las sociedades, sino en el día a día.
Revista Veintitrés publicó un pequeño texto autoría del Decano de Ciencias de la Educación y Comunicación Social de la Universidad del Salvador, donde se repasa la vigencia de las plataformas sociales y los medios tradicionales.
Facebook ya tiene su perfil claro, al menor por ahora, para personas por arriba de los 35 años, mientras que Twitter insiste en informarse y discutir, Pinterest en diseñar, Instagram en los jóvenes y Youtube, entre jóvenes y el resto de los mortales.
Y ocurre que estas redes sociales básicamente se convirtieron en lo que siempre soñaron los gerentes de marketing y publicidad de diarios y revistas que es llegar a la gente deseada sin escalas y sin desvíos.
Algo anda mal
Sin embargo, no todo es lo que parece, porque si bien es cierto que el mensaje publicitario llega directo al nicho que uno decide como tal, hay una verdad que cada vez es más analizada: los más jóvenes de la población se resisten a ser invadidos por publicidades.
Según un estudio realizado por la Defensoría del Pueblo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el 98% de los alumnos de sexto y séptimo grado de las escuelas porteñas (públicas y privadas) utiliza redes sociales y también un 98% consume contenidos en la plataforma Youtube. Sin embargo, pese a los aplastantes números, la mayoría se resiste a ser destino de anuncios.
¿Qué es lo que pasa?
Simple: los que deciden en las empresas siguen más preocupados por el número que les entrega esas publicidades que en el medio para llegar a ellos. Y claro, es correcto que busquen el cielo de los números publicitarios y las cuentas siempre sean en verde, pero se olvidan de lo artesanal: cómo llegar a ellos, cómo entrarles, cómo seducirlos. Porque hay algo claro también: los chicos pasan casi todo el día conectados, pero realmente conectan con quien les aporta contenido de valor.
¿Un ejemplo de esto? Podría ser Netflix, como citan en el artículo, pero hay más ejemplos que, al cabo, no importan los nombres, sino la sabia de decisión de entender y reconocer que las sociedades, como la lengua, son organismos vivos que evolucionan y mutan y, como tales, hay que aferrarse a las emociones de los usuarios más jóvenes.
Por eso, cuando en alguna empresa importante, o menos importante en cuestión de tamaño, piensen en una nueva campaña publicitaria y quiera apuntar cañones a los más jóvenes, no piensen más en cuántos atrapar, sino en cómo llegar a ellos antes de ser atrapados.